A la periodista afgana Khadija Amín (Kabul, 30 años) le asalta a menudo una extraña desazón por las mañanas: el deseo de buscar algo que siente que ha perdido, pero que, hasta hace poco, no sabía qué era. Ahora, gracias a su terapeuta, ya sabe qué ha perdido: “Todo”, resume. Sobre todo, a sus hijos. Pero también su vida. La que los talibanes le arrebataron y que tenía antes de subir a un avión fletado por la Fuerza Aérea española que la rescató de Afganistán en 2021. Amín dejó Kabul el 21 de agosto de ese año con un vestido negro, su pasaporte, su bolso y un velo amarillo, seis días después de que los fundamentalistas se hicieran con el poder. Un miembro del equipo de evacuación de España le había dicho que se pusiera algo rojo o amarillo, como la bandera española. Gracias a ese chal y con la ayuda de un corresponsal chileno, consiguió hacerse notar por los militares y policías españoles que la introdujeron en el aeropuerto de la ciudad. Miles de personas trataban de entrar en él para abordar un avión, el que fuera, con tal de huir de los fundamentalistas.
Cuando llegó a España, la periodista solo sabía una cosa de su ahora país de acogida: el “Real Madrid”, relataba el martes a este diario en su casa de un barrio del sur de la capital. Tampoco conocía la lengua. Casi tres años después, Amín habla un español fluido y trabaja como periodista en una productora de televisión, que la ha contratado para elaborar un documental sobre el drama que sufren las afganas bajo el régimen talibán. Cuando el fotógrafo la enfoca, se transfigura. Su aplomo ante la cámara es el de la presentadora de la televisión pública de su país que esta mujer fue hasta que los talibanes la privaron de su trabajo. Ese piso minúsculo, el sofá gris y la alfombra afgana son su “orgullo” y le hacen sentir que tiene “poder”, dice. “Las mujeres en Afganistán van de casa de su padre a la de su marido. Esta casa es mía”, subraya.
A Khadija Amín su familia la casó a los 19 años con un hombre al que no conocía, pero que le prometió que podría seguir estudiando para convertirse en matrona. “Mintió”, musita. Su marido le pegaba, la obligó a llevar burka durante seis años y la amenazó si se le ocurría alumbrar a una niña. Amín dio a luz a tres varones: Omar, de nueve años, y los gemelos de seis, Redwan y Siawash. Cuando el mayor era un bebé, la joven intentó suicidarse prendiéndose fuego. Fue una de las veces que trató de escapar de ese matrimonio quitándose la vida.
Un despertar gracias a la televisión
“Yo no sabía nada de los derechos ni de la libertad [de las mujeres]. Llevar burka me parecía normal y pensaba que, para ser buena, una mujer tiene que obedecer a su marido”, recuerda. Mientras, había empezado a ver que, en televisión, aparecían mujeres periodistas. El reportero experto en Afganistán Antonio Pampliega sitúa en esas imágenes la epifanía de Amín: “El modelo de esas mujeres hizo que Khadija despertara. Empezó a preguntarse ‘¿por qué ellas pueden y yo no’?”. La expresentadora explica su vocación por el deseo de denunciar la “violencia de género” que ella misma sufría y “explicar a las mujeres que tienen derechos”.
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Dotada de una “inteligencia extraordinaria” —domina cinco idiomas—, afirma la también profesional de los medios de comunicación Magis Iglesias, la joven pidió el divorcio. Su marido aceptó, al precio de quedarse con su dote. Amín volvió a casa de sus padres con las manos vacías y con tres hijos pequeños. Su familia no la recibió bien. “Ahora están orgullosos de mí, pero, cuando los necesité, estuve sola”, reconoce. Para pagarse la matrícula del primer curso de Periodismo, Amín vendió sus joyas. En segundo curso, entró con una beca en la televisión pública y, en 2020, se convirtió en la presentadora de sus informativos matinales.
Tres días después de que los talibanes entraran en Kabul el 15 de agosto de 2021, la corresponsal del The New York Times tuiteo una imagen de Amín en el plató, junto a una fotografía del talibán que pusieron en su puesto. “Cientos de periodistas me llamaron para entrevistarme. Les conté que me habían prohibido trabajar por ser mujer”, recuerda la periodista. En ese momento, los fundamentalistas trataban de que la comunidad internacional los reconociera con el argumento de que ya no eran los radicales que estuvieron en el poder entre 1996 y 2001. Testimonios como el de Amín rompían el espejismo de los talibanes 2.0. La presentadora empezó a recibir llamadas en las que la amenazaban con asesinarla. El Gobierno español la incluyó entonces en su lista de evacuación.
Khadija Amin the new anchor on state TV last week.
Taliban taking over her seat as of Monday.
Ms. Amin told us her boss informed her Taliban have banned women from returning to work at state television.#Afghanistan pic.twitter.com/S4BfISKkaG— Farnaz Fassihi (@farnazfassihi) August 17, 2021
Sus hijos se quedaron en Kabul. Su exmarido se los había arrebatado poco después del divorcio con el argumento de que Amín no podía mantenerlos. Él nunca le pasó una pensión por los menores. Ese hombre vive ahora en Alemania. “Para obtener el estatuto de refugiado, dijo que la madre de los niños había muerto”, explica la periodista, que solo habla con los niños cuando su excónyuge se lo permite. “Mi prioridad ahora es recuperar a mis hijos y, en segundo lugar, ayudar a las afganas que siguen en mi país”, asegura.
Otra vida
Khadija Amín bajó del avión en Torrejón de Ardoz (Madrid) el 23 de agosto de 2021. A los pies de la escalerilla, una mujer la recibió afectuosamente. Era la ministra de Defensa, Margarita Robles. “Khadija ni siquiera sabía que una mujer podía ser ministra y mucho menos de Defensa. Eso le impactó”, asegura Iglesias. La periodista afgana vivió al principio en Salamanca en un piso compartido con otras refugiadas, pero pronto decidió buscar un trabajo en Madrid. Recién llegada a la capital, sola, sin dinero y en pleno diciembre de 2022, una noche tuvo que dormir en un banco frente al Palacio Real: “Encontré un edredón. Olía muy mal y me dio mucho asco, pero tenía tanto frío que me cubrí con él”.
Luego enseña sus brazos llenos de quemaduras. “Son de cuando estuve trabajando en la pizzería”, explica. Amín encontró un trabajo nocturno en ese restaurante, que compaginaba con una colaboración que aún firma en el diario 20 Minutos y con conferencias para denunciar la privación de derechos de las mujeres de su país.
La suerte de esta periodista cambió el pasado 1 de marzo, cuando un público puesto en pie la ovacionó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Julia Navarro, que presentaba su libro Una Historia Compartida, la había mencionado e invitado a levantarse, confirma esta escritora. Entre los asistentes, había políticos, escritores y empresarios. Uno de ellos era un directivo de Telefónica que, impresionado por su historia, le pidió el contacto de Amín a Navarro. Días después, la llamaron de una productora de esa empresa para pedirle un currículum. Tras superar varias entrevistas, Amín empezó a trabajar en junio en el documental sobre las mujeres afganas.
“Khadija ha sufrido mucho para llegar donde está. Ha habido veces que no tenía ni para comer, pero le han dado una segunda oportunidad y la está aprovechando”, afirma Pampliega. Magis Iglesias destaca que Amín ha tenido “ayuda, sobre todo acompañamiento de otras mujeres”, pero remarca “su coraje y su capacidad de trabajar hasta 20 horas diarias”. Todo lo que tiene “se lo ha ganado”, concluye.
La periodista afgana está montando ahora una asociación para ayudar a sus compatriotas, confirma por teléfono la cofundadora de ese proyecto, la activista Inma Orquín. La llamarán “Ariana”, el nombre en griego antiguo de Afganistán.
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